La cimitarra es un arma refinada, fina y ligera. Es decididamente cortante, con un solo filo y una empuñadura protectora. Su origen lo solemos hallar en Persia, si bien fue utilizada también en la India durante los siglos XIII y XIV. Sin duda, su larga y curvada hoja estaba diseñada para barrer con estocadas a los enemigos, así como para acuchillar profundamente. La particularidad de que sea curva sirve para que al atacar a caballo la hoja no se incruste en el oponente. Al ser curva lo que se logra es que la hoja corte pero siga su trayectoria.
Los árabes prefirieron la cimitarra a la espada recta y el solo hecho de evocar su nombre nos transporta de inmediato al recuerdo de esas luchas entre templarios y sarracenos pero también solemos asociarla a fascinantes personajes como Sandokan o Simbad el marino, los cuales, con su asombroso manejo de este arma, conseguían el respeto de sus adversarios.
Pero otro gran personaje que está indisolublemente unido a este arma fue Saladino, sultán de Egipto, Siria, Arabia y Mesopotamia, durante la Tercera Cruzada que tuvo lugar entre 1187 y 1192. Y grandes son las proezas que se narran de él:
- “Fueron estos sabios quienes narraron al rey Abdalmalek ben-Merwan que, cuando Ricardo Corazón de León se encontró en las cruzadas con el gran, el inmenso Saladino, el rey cristiano creyó necesario ensalzar las virtudes de su espada.
- Para demostrar la fuerza de su pesadísimo mandoble, cortó una barra de hierro.
- En respuesta, Saladino tomó un cojín de seda y lo partió en dos con su cimitarra sin la sombra de un esfuerzo, al grado de que el cojín pareció abrirse por sí mismo.
- Los cruzados no podían creer a sus ojos y sospecharon que se trataba de un truco. Saladino entonces lanzó un velo al aire y con su arma lo desgarró.
- Era ésta una lámina curva y delgada que brillaba no como las espadas de los francos sino con un color azulado marcado por una miríada de líneas curvas distribuidas al azar.
- Los europeos comprobaron entonces que éstas eran, precisamente, las características, ¡oh gran señor!, de todas las láminas usadas en el Islam en tiempos de Saladino."
Las hojas, insistían los sabios alrededor del rey Abdalmalek ben-Merwan, eran excepcionalmente fuertes si se las doblaba, también eran lo suficientemente duras como para conservar el filo, es decir, que podían absorber los golpes en el combate sin romperse. Sus virtudes mecánicas, así como sus preciosas marcas onduladas en la superficie, se debían al material con que estaban hechas: el acero de Damasco.
Así, en tiempos de los cruzados, las espadas de Damasco se convirtieron en legendarias. Durante siglos fueron fascinación y frustración de los herreros de parte de Europa occidental que trataron en vano de reproducirlas. Nunca creyeron que tanto su fuerza como su belleza provenían del alto contenido en carbono, que en espadas de Damasco estaba entre 1,5 y 2,0 por ciento. Así, al añadirle carbono al hierro reducido, el resultado era el de un material más duro.
El acero, porque eso es el hierro con carbono, se preparaba en la India, donde se le llamaba pasta. Se vendía en forma de lingotes o de redondeles del tamaño de una medalla grande. Se cree que las mejores hojas se forjaron en Persia a partir de esas pastas, para hacer también escudos o armaduras. Aunque el acero de Damasco se conocía en todo el Islam, también se conocía en la Rusia medieval, donde se le llamaba bulat y en España (que fueron traídos por los moros) donde se hicieron famosas las espadas forjadas en las acerías de Toledo..